ciencia , noticias Miércoles, 17 febrero 2016

Uri Geller: I Want to Believe

Escribe: Ybrahim Luna

Nadie está más obligado a ser escéptico en este mundo que quien profesa fe en algo o alguien y quiere convencer a los demás de lo imposible. Lo paranormal seguirá siendo el lado B de la ciencia, una suspicacia permanente, una sombra que cruzó y apenas nos quitó un pestañeo. Pero nada puede escindir nuestra fascinación por lo que hace este mundo menos aburrido. Es más, muchas veces buscamos engañarnos para completar el rompecabezas de lo que no entendemos, y si encontramos a alguien dispuesto a vender las piezas que faltaban para llenar el tablero se las compraremos con tal de ver el cuadro final colgado junto a nuestras certezas cotidianas.

El siguiente artículo no pretende rebatir los principios básicos de la Física, ni ser escudero de la parapsicología. Pretende, más bien, mostrar y desentrañar la fascinante vida de un hombre que deslumbró a diferentes sectores del conocimiento con manifestaciones propias de un prestidigitador. Si alguien puede jugar al equilibrista en la frontera de lo imposible, aunque lleve un paracaídas escondido, merece nuestra sana y literaria curiosidad.

uri1

Foto: www.flickr.com/photos/taylorherringpr/16098401967

Ramsés Sanguino es un niño de Los Ángeles, California, tiene cinco años, cierto grado de autismo y es considerado un genio. A finales de 2015 se hizo conocido en Internet gracias a su talento con los idiomas y los números. Empezó a leer al año de edad, y al año y medio ya se sabía toda la tabla periódica. Con su madre aprendió algo de español, japonés y griego, y de manera independiente hebreo, árabe e hindi. Es capaz de resolver ejercicios de álgebra y deletrear al derecho y al revés palabras extensas. Sus logros fueron registrados en video por su madre, Nyx Sanguino, quien sube el material periódicamente a YouTube.

Pero lo que más llamó la atención de la doctora Diane Powell, especialista en neuropsiquiatría en Harvard, fue la supuesta capacidad telepática que Ramsés demuestra en algunos videos. En ellos se aprecia cómo el pequeño acierta números que su madre escribe de manera oculta y solo muestra a la cámara, como adivinar 38 dígitos sin equivocarse. La doctora Powell realizó pruebas con Ramsés usando letras, cartas y números, con resultados que considera sorprendentes y satisfactorios. En una de esas pruebas, el pequeño adivinó 16 de 17 números ocultos. Powell considera que es necesario seguir investigando sobre la posibilidad de telepatía entre niños con autismo y sus padres, y ha emprendido un ambicioso proyecto en ese campo.

Pero antes, mucho antes, también existió un niño que podía leer supuestamente la mente de su madre. Un niño que al llegar a la adolescencia aprendió varios idiomas y podía adivinar cartas y dibujos sin verlos, y que al crecer también fue estudiado por especialistas en medicina y otras ciencias. Ese niño fue Uri Geller, que de adulto se convirtió en todo un espectáculo andante de poderes magnéticos. Pero a pesar de las demostraciones públicas y del entusiasmo de sus promotores científicos fue considerado un simple ilusionista por la opinión general. ¿Pero fue así?

¿Es posible que el hombre que echaba a andar relojes inservibles con solo desearlo, doblar metales con el simple roce de sus dedos, adivinar qué objetos o dibujos se ocultaban en cajas y sobres sellados, o sortear exitosamente pruebas científicas controladas haya sido uno de los mayores fraudes de nuestra época?

Esta es su historia…

En los años setenta el mundo aún creía en la magia. No en el arte barato del consumismo, sino en la explicación del universo a través del hombre y las energías no convencionales: la parapsicología. Y aunque esa primavera de dudosa verificación no duró mucho, dejó sus embajadores permanentes en la cultura popular.

Uno de ellos era un hombre alto y delgado, de cabellera abundante y camisas coloridas, que se presentaba en auditóriums de diferentes países para demostrar que poseía poderes psíquicos. Ese hombre era un showman que gozaba con los aplausos que le brindaba el mundo del espectáculo. Amaba ver su foto en las portadas de diarios serios como en afiches sensacionalistas, así como ser invitado a las principales radios y televisoras europeas y norteamericanas. Alternaba con personalidades como Sophia Loren, John Lennon, Michael Jackson o Carlos Castaneda. Pero también luchaba por ser reconocido por la ciencia formal, y no ser tomado como un simple ilusionista. Quería que su “poder” fuese estudiado por todas las disciplinas posibles. Y a pesar de las pruebas a las que fue sometido en institutos y universidades serias nunca hubo consenso sobre los resultados. Ese capítulo sigue abierto.

Uri Geller nació en Tel Aviv, Israel, el 20 de diciembre de 1946. Sus padres, Itzhak y Margaret, se casaron en Hungría en 1938, pero tuvieron que huir por separado debido a un conflicto bélico. Su padre escapó en buque y pasó por Rumanía y Grecia, hasta dar con el puerto de Israel. Su madre huyó hacia Yugoslavia para desembarcar en el territorio que más tarde sería Palestina. Y aunque ambos se reencontraron en Kerem Haa’teiman, en la frontera de Jaffa, no pudieron vivir juntos debido a diferencias personales. Uri se quedó al cuidado de su madre, hábil costurera; mientras su padre, de carrera militar, lo visitaba cuando le era posible.

Los primeros recuerdos “mágicos” de Geller se remontan a sus cuatro años. El pequeño, que vivía en la ciudad de Tel Aviv, visitaba un jardín árabe en estado silvestre ubicado en frente de su casa, con cercas, árboles, hierbas y un pequeño estanque. Ese jardín era como su selva extraterrestre, un lugar de aventuras para un niño con mucha imaginación. Pero un día ocurrió algo singular. Según Geller, luego de jugar y dormitar algo empezó a zumbar en sus oídos, como un timbre. La naturaleza se detuvo y algo apareció en el cielo. Era una masa plateada de luz que de pronto se acercó al niño y lo golpeó hasta lanzarlo al suelo. El pequeño Geller quedó inconsciente varios minutos. Al recobrar el conocimiento le contó lo ocurrido a su madre, quién no le creyó, obviamente.

Pero apenas sería el primero de muchos eventos que marcarían la vida de Uri. A los seis años, y sin mediar comunicación, podía saber cuál era el resultado de los juegos de cartas de su madre, cuánto había ganado o perdido exactamente. Su padre le regaló su primer reloj, el que mostraba orgulloso en la escuela. Pero esa maquinita también le daría sorpresas. Pronto empezaría a adelantarse sin motivo, las manecillas se movían más rápido de lo normal, sus compañeros de clase se burlaban de su mal funcionamiento. Le compraron otro reloj que en poco tiempo mostró otra avería, las manecillas se doblaban hacia arriba. El pequeño Uri no tuvo otro reloj en su infancia. Conforme crecía fue consciente de que podía influir en los relojes de sus amigos de manera extraordinaria. También fue consciente de que podía saber o sentir lo que otras personas tenían en mente. Incluso pudo sentir la tristeza de sus padres durante el proceso de separación. Las cucharas de la casa empezaban a doblarse sin que nadie las tocara. Ante tantos sucesos, los padres del pequeño Uri pensaron en un psiquiatra para atender las incomprensibles travesuras de su hijo. No recurrieron a un profesional y terminaron acostumbrándose a los hechos inexplicables, que se darían el resto de sus vidas.

Uri, su madre y su padrastro, se trasladaron a vivir a Chipre, que por entonces vivía una guerra civil: “los griegos deseaban la independencia, los turcos querían que la isla se dividiese por la mitad y los británicos aspiraban a quedarse”. Geller, en medio de esa convulsión, terminó el colegio, hizo su bar mitzvah, aprendió varios idiomas (hebreo, inglés, alemán, griego y húngaro), se enamoró, conoció el sexo, practicó judo, jugó al básquet, fue modelo eventual, ingresó al ejército israelí en el cuerpo de paracaidistas, casi muere en un enfrentamiento contra jordanos, y empezó su carrera de showman. Durante el resto de su vida lo acompañaron casos de supuesta telepatía: se podía copiar de los mejores alumnos de su salón con solo concentrarse en sus cabezas, casos de psicoquinesis, “corazonadas”, desaparición de objetos, doblado de metales, contactos extraterrestres a través de cintas magnetofónicas que se desintegraban luego de proyectar mensajes, contacto físico con ovnis, influencia sobre materias vivas como hacer retoñar una flor y regresarla a su estado original con solo tocarla. Etc. Geller aceptó que en un breve momento de su carrera recurrió a trucos típicos de mago debido a la exigencia de su manager para poder llenar el tiempo de las presentaciones. Solo a través de un juicio pudo liberarse de su incómodo representante.

Estas anécdotas las cuenta Geller en su autobiografía “My Story” (1975), publicada en castellano bajo el título de “Uri Geller. Mi fantástica vida”. La versión de Geller puede ser tomada como ficción, engaño o autosugestión. Lo que resulta fascinante son los estudios científicos a los que fue sometido y la manera en que respondió a estos.

uri2

Foto: media.giphy.com/media/xT0BKpcUh0Ngv98NX2/giphy.gif/www.uri-geller.com/pics/e26.jpg

uri3

Foto: www.amazon.com/The-Geller-Phenomenon-Supernatural/dp/B000BZC2AU/www.scannersproject.com/bookpages/mind_reach.html/www.amazon.com/Metal-Benders-John-Hasted/dp/0710005970

Su presentación en “Jimmy Young Show”, en el estudio radiofónico de la BBC, en noviembre de 1973, marcó un fenómeno sorprendente. Mientras Geller doblaba llaves y cucharas antes los conductores, cientos de ciudadanos británicos, incluyendo escoceses e irlandeses, saturaron las líneas telefónicas contando que habían ocurrido cosas increíbles con objetos metálicos en sus casas. Lo mismo ocurrió durante su presentación televisiva en Noruega y Alemania. Cosas similares, pero con menor intensidad, ocurrieron en Austria, Suiza, Finlandia y Dinamarca. Era una locura. Incluso se deslizaba la posibilidad de que los poderes del israelí habrían ocasionado el mal funcionamiento de los equipos de algunos servicios secretos europeos. Todos parecían contagiarse del “efecto Geller” con solo escuchar su voz. Pero los fenómenos no solo ocurrían durante las sesiones en vivo, también cuando se retransmitían en otros lugares del mundo. Incluso Geller grabó un disco, con sus poemas y pensamientos musicalizados, que llegó a tener un supuesto efecto en algunas personas que lo escuchaban en casa. Alguien dijo que podría tratarse del mayor truco publicitario de la historia.

Su mayor fracaso se dio en el show televisivo The Tonight Show, conducido por Johnny Carson, donde no pudo realizar ningún acierto o proeza. El ilusionista James Randi, quien se convertiría en el más grande detractor de Geller, aconsejó a la producción del programa que no dejaran a Geller llevar su propio material o tocar algo previamente. Tiempo después la revista Time consideró a Uri un farsante y le dedicó varios artículos para desmontar sus supuestos trucos. Sus acusadores, entre magos y científicos, le atribuían el uso de objetos ocultos, desde espejos hasta sustancias corrosivas en los dedos, incluso aseguraban que llevaba algún material radioactivo escondido entre los dientes o un rayo láser miniatura. James Randi trascendió como uno de los más logrados cazadores de magos desde los setenta hasta la actualidad con centenares de conferencias y varios de libros. De hecho fue la pesadilla de Geller, de quien recibió más de una demanda que siempre ganó.

uri4

Foto: www.fraveira.com/los-escepticos-en-espana-primera-parte/

A pesar del fracaso episódico de Geller, el público exigía respuesta y la ciencia se vio obligada a voltear la mirada hacia el “ilusionista” israelí.

El reputado Instituto de Investigación de Stanford (I.I.S), de EE.UU., con el auspicio del doctor Andrija Puharich, el capitán de astronáutica Edgar Mitchell, y los científicos Russell Targ, especialista en tecnología de láser, y Harold Puthoff, especialista en física cuántica, empezó las pruebas controladas a Uri Geller en 1971, las que se extendieron periódicamente hasta 1973. Fueron una serie de pruebas llevadas a cabo en laboratorios especiales, con testigos y controladas por aparatos electrónicos. Geller logró alterar un magnetómetro (aparato que mide la intensidad de un campo magnético) sin tocarlo y cuantas veces se lo pidieron, deformó un anillo sumergido en agua solo con concentrarse, algunos ordenadores empezaron a fallar. Geller fue aislado en una cámara de acero desde donde logró acertar los dibujos que los científicos realizaban en lugares apartados, fue internado en un “jaula Faraday”, un recinto con doble mampara de cobre, para probar sus facultades telepáticas, y Geller volvió a acertar todas las pruebas. Probaron su supuesta “clarividencia” al pedirle adivinar el número que daba la cara superior de un dado colocado dentro de una caja de acero, Geller acertó superando la probabilidad del uno en un millón. Geller logró mover a voluntad las manecillas del reloj del astronauta Mitchell. Logró hacer funcionar una calculadora inservible del científico Wernher von Braun. También se probó que Geller proyectaba su imagen en las fotos que se tomaba con cámaras fotográficas con la tapa oscura colocada. Logró torcer acero inoxidable, plata, cobre y latón. También fue capaz de distorsionar el buen funcionamiento de cintas de audio y video. Etc.

Los reveladores resultados se publicaron en la revista de prestigio mundial Nature, en octubre de 1974, afirmando que los indicios de poderes psicocinéticos de Geller deberían tomarse en serio y someterse a más estudios para determinar sus alcances: “A la comunidad científica le resultaría necesario adaptarse a la idea de algo que excede por completo a su capacidad de esclarecimiento”.

Respecto a su relación con la ciencia, Geller escribió en su autobiografía: “Confío en que si a las energías se les despojara del lado místico se acabará por aceptarlas como fenómeno real. Luego, a medida que los científicos vayan profundizando más en su estudio, establecerán teorías respecto a ellas y acaso cambien las leyes físicas…”.

Artículo NATURE 1974, Científicos TARG y PUTHOFF

Otros estudios importantes fueron realizados por dos grupos de científicos. Uno, comandado por el físico John Taylor, del departamento de matemáticas del King’s College de la Universidad de Londres; y el otro, por el físico cuántico David Bohm, y el físico atómico John Hasted, del Birkbeck College. Con el equipo Taylor, Geller dobló metales sin tocarlos, enloqueció una brújula, alteró hasta el extremo un contador Geiger, influyó en la densidad de unas micropesas, “desintegró” una malla metálica, y algunos objetos salieron volando ante la mirada atónita de los testigos. En el Birkbeck College los resultados fueron igual de sorprendentes y positivos.

Taylor publicó “Supermind”, en 1975, donde narra sus increíbles experiencias con Geller. Aunque a inicio de los ochenta, el mismo Taylor tuvo que aceptar en un nuevo libro que al menos el doblamiento de metales podía deberse a la manipulación consciente y engañosa de hábiles sujetos en pruebas no controladas adecuadamente. Algunos ilusionistas y niños habían logrado engañarlo en su propio laboratorio, hecho que se comprobó gracias a videocámaras.

Otros libros publicados que corroboraban las hazañas de Geller fueron “The Geller Phenomenon” 1975, del filósofo Colin Wilson. Russell Targ y Harold Puthoff hicieron lo suyo con “Mind-Reach” en 1977, o “The Metal-Benders” (Los dobladores de Metales) 1981, del físico John Hasted. La bibliografía al respecto es realmente extensa.

Pero de repente la primavera mágica pasó. Y a pesar de las pruebas científicas, la gente se preparaba para entrar en la generación del video y la moda alocada. En los ochenta, Geller decidió darse un largo descanso. Se casó y tuvo dos hijos.

¿Es posible que un hombre haya engañado tan efectivamente a miles de espectadores, a decenas de científicos de reconocida carrera, a máquinas y ordenadores? ¿Pudo un hombre generar una histeria colectiva entre personas de distintos países y hacerlos creer que también poseían poderes especiales? En suma, ¿pudo un hombre engañar al mundo del espectáculo y la ciencia solo doblando cucharas? Sin embargo, es probable que Geller haya contado con la complicidad inconsciente de algunos científicos que quisieron “creer” a cualquier precio más que “comprobar”. Si Geller fue un farsante, debió ser el mejor de todos.

En la actualidad, Uri Geller vive en una finca en Inglaterra. Conduce un Cadillac revestido con casi tres mil cucharas dobladas a lo largo de su carrera. Ha escrito más de una docena de libros, ha participado en comerciales de helados y de iphones, y en 2008 en un reality de poco éxito: Phenomenon” (“Fenómeno”), de la cadena norteamericana NBC, junto al ilusionista Criss Angel. Sigue apareciendo eventualmente en la televisión para demostrar que aún puede doblar cucharas e imprimir en estas su huella digital como si se tratase de una forja al calor. Es Uri Geller, el hombre que no ha perdido la fe mágica en sus poderes, o en su capacidad de sorprendernos.